ATARDECER MÁGICO

El atardecer era increíblemente bello...las nubes se difuminaban por un cielo cambiante, lleno de una ambarina luz que presagiaba la despedida del día...

Había estado intentando pescar en la dulce tarde de un otoño todo de oro, el sol doraba los fresnos y sauces con sus hojas bruñidas y sepias, ya semidesnudos que rodeaban la orilla del río, un río perezoso qué lentamente fluía salpicando los juncos y las nabinas, cantando una nana somnolienta y fría. No había tenido ninguna picada, los peces debían estar mimetizados en el fondo del río, preparados para el letargo que vestirían los días fríos del invierno en una tarde que ya no era muy cálida.

No me importaba, bebía la belleza del paisaje, era todo de una armonía infinita, donde se escuchaba el silencio del silencio, había una paz de mieles, donde ni el canto de los pájaros rompía el momento, el viento fresco se enredaba en los pinos cercanos...y me sentía bañada por una luz púrpura con la que se despedía la tarde, el crepúsculo se vestía de matices impensables, escarlatas, sepias violeta y dorados...

De pronto sentí que alguien llegaba hacía el río muy cerca de donde yo estaba y los vi, eran unos caballos trotando despacio con sus potrillos, me quedé asombrada y presa en la belleza de sus cuerpos, qué lucían un pelaje brillante y daban con los belfos a los pequeños que se rezagaban, obligándoles a continuar hacia el río, se fueron acercando a él para beber antes que el día terminase su edad de luz…

La variedad de sus colores, alazán, roano, negro, blanco, tordo... se destacaba sobre el verdor que aún vestía la tierra próxima al río, con sus crines al viento hechizaban con sus movimientos y caricias hacia los potrillos que movían sus patas en un juego amoroso y de complicidad.

El momento se llenó de magia...me parecía estar en el mundo de la fantasía donde todos los sueños se hacen realidad, donde el alma acoge los ecos de ese mundo y bebe de ese momento hechizante.

  Parecía un sueño donde los colores del atardecer hacían más irreal el momento...

No me atrevía a moverme por miedo a espantarlos, pero cuando uno de ellos se acercó a mí y me dio un suave empujón con su cabeza, supe que me habían visto, pero me habían aceptado como parte del paisaje, o como alguien que no les podía hacer daño...

Cerca de mí, había muchas matas de verdolaga, me atreví a cortar una y acercarme al caballo que me había hecho su particular saludo, me encantan los caballos, me llevan a mi infancia donde montada en uno de los dos que tenía mi padre, recorría muchas veces los senderos del Ejido o Malhincada  respirando el sol, el aire, la luz, la libertad y llenando mi alma de la pureza sin mancillar de los paisajes de mi tierra.

Recuerdo otra vez que mi abuelo me enseñó un potrillo recién nacido… ¡era la cosa más linda que yo había visto nunca! fue como un juguete al que podía acariciar, tocar, y él me lamía la cara entre mis gritos de alegría y risas, me sumergí en esos sueños de mi infancia, que están en la memoria del alma como chispas de luz...
Volví al presente, cuando un potrillo se acercó a mí a comer las verdolagas qué les ofrecía, ellos no me tenían miedo, ni yo a ellos, no les conocía, pero si sabía como tratarlos, los caballos son increíblemente pacíficos y recordando mi infancia, jugué con ellos, les hablé diciéndoles palabras bonitas…y les acaricié tímidamente, primero su cabeza y después su cuerpo arrullándoles con  palabras llenas de mimos y ternuras, era un momento mágico qué estaba viviendo en esa tarde otoñal, me sentí de nuevo como la niña que fui y doró mi niñez.

Era un sueño, un hechizo, los caballos comían las verdolagas que les arrancaba, pero los potrillos siempre llegaban más tarde y se quedaban sin ellas, entonces arranqué varias matas y con mis brazos llenas de ellas, se las fui ofreciendo...¡era un momento mágico, un juego encantado! donde como en un bonito sueño, el atardecer era único y lleno de luz.

Al mismo tiempo, unos bebían del agua del río y otros retozaban con empujones y cabezazos entre ellos… Todo estaba bañado de belleza, de una armonía donde la naturaleza al desnudo, me ofrendaba el privilegio de vivir estos momentos…

Después uno de ellos comenzó a desandar el camino que les llevó hasta el río, y todos le fueron siguiendo, no sé de donde habían venido, ni donde se marchaban, ellos conocían su camino, mientras en mi alma se reflejaba la añoranza de su marcha.

¡Me volví a quedar sola, el sol, ya había pasado las sierras verdinegras, y el crepúsculo se fue tornando frío y oscuro, pero en mis manos y en mi alma, continuaban llenas de la luz de oro de ese atardecer mágico que acuno en la memoria del alma!