SUCEDIÓ EN NOCHEBUENA

"A Juan, por permitirme narrar su nacimiento"

Don Ramón el médico, limpió de sus ojos las lágrimas, en el desnudo silencio de la noche escuchaba los gemidos de dolor de José desangrando el alma, y él sentía que los recuerdos se disputaban un hueco para salir de la prisión donde los tenía encerrados,

Continuaban vivos, cincelando baldíos de impotente dolor. Evocó sus primeros años en el pueblo, cuando aún no había despertado el Leviatán de la guerra. La rueca del tiempo trajo después vigías de odios y venganzas, qué abrieron la cancela de la muerte, y el horror se extendió desgarrando vidas y sueños. 

Antes, todo había sido policromado, los gorriones ensombrecían los trigales dorados, las blancas mariposas volaban en libertad, y la primavera se vestía con el rojo manto de las amapolas... María, José y Pablo, eran los mejores amigos soñando juntos con hambre de nido y alas.

Un día el Leviatán despertó y esparció sus semillas de horrores, los hombres perdieron su identidad y fueron “los rojos”, “los azules”. 

El trigo dejó de crecer, las mariposas de volar en libertad, y las rojas amapolas fueron de sangre, qué la tierra bebió sin distinción de colores.

Ahora José era un “maquis” huido, con la vida hipotecada en sentencia de muerte... Pablo, el alcalde del pueblo... ¡las raíces del odio les envolvieron a los dos, y la carcoma abrió agujeros de venganzas y laberintos de gusanos...!

Unos golpes en la puerta aventaron los recuerdos de D. Ramón como hojas secas barridas por el llanto del otoño. Supo quién llamaba y vestido de terror fue a abrir con pasos fosilizados sobre las rojas baldosas del pasillo. 

-Sé que ellos están aquí- dijo Pablo, sus palabras vomitaban el odio qué calcinaba su vida desde que su hermana María se convirtió en la compañera del que había sido su mejor amigo y ahora... ¡un traidor, un “rojo” cobarde escondido en la sierra como las alimañas...! sentía el rencor adherido a él como el musgo a la piedra, y había jurado matarle.

-No, hoy no- dijo Don Ramón, es Nochebuena, y ahora le desangra el dolor... ¡Pablo...Pablo...!¡Por la luz de Navidad...! Pablo no escuchó, poseído de ira, como liquen hambriento, avanzó por el pasillo hacia la habitación, les había encontrado!

Sintió que el tiempo se detenía y viejos recuerdos con olor a olvido empaparon el momento. Miró a José y casi no le reconoció, las huellas del tiempo habían nevado sus cabellos, surcado su rostro con profundas arrugas, y su mirada vagaba hueca, vacía.

 Luego miró a su hermana María, continuaba queriéndola sin que el tiempo hubiese podido atenuar este sentimiento que anidaba en su alma... ¡parecía estar extrañamente dormida! muy blanca, muy quieta, muy... muy... ¡no, no, no quería ver, lo qué veía le hería en desgarros como dagas de acero qué se clavaban en él sin piedad...!

-¡Ha muerto!- dijo Don Ramón, estaba de parto y caminaron muchas horas bajo esta nevada, había perdido mucha sangre... sólo el amor al hijo que llevaba en su vientre, y el amor a José le dieron fuerzas para llegar hasta aquí, luego murió con su hijo en los brazos y abrazada por el hombre al que amó desde que era una niña... 

Pablo sintió que le laceraban con escarpias, sus ojos se llenaron de cristales de sal, y una agonía de hieles le acuchilló cayendo en el vértigo de una profunda sima. 

Sus ojos estaban hipnotizados en el cuerpo de María, exiliado de su voz, su risa, su vida. Un crisol de sentimientos le empujaban fuera de la prisión del odio de la que era inquilino, la venganza, el rencor, se deshacían como la nieve blanca en el deshielo

Los "rojos”, “los azules”... sólo sangre y dolor, la sinrazón de la guerra le golpeó con toda su aridez desde su amnesia decapitada, una sola vida valía más que todas las muertes del mundo, y María lo había demostrado.

 Sin matices ni disfraces, sintió que pergeñaba otras huellas agazapadas en su alma, a los hombres no se les encadenaba, a un color, a unas ideas, a un credo, al matiz de su piel...rojos, azules, amarillos, negros...todos los colores, son espectros de una sola luz, luz brillante de amor vida y libertad, como fue la estrella que brilló una noche en Belén hacía más de 2000 años, luz de la que todos los hombres formaban parte ¡La luz de Navidad!

El llanto del niño le sacó de sus pensamientos y tendió sus brazos para cogerle. El llanto del niño desbrozó el dolor de José y tendió sus brazos para cogerle. 

 Las manos de los dos se encontraron desde el exilio del dolor que les habitaba.

Se miraron de frente desde el frío abisal de la soledad y viejas heridas desahuciadas. La máscara qué les separaba, se rompía en espirales de humo.

 Más allá de los colores qué les habían separado sembrando semillas de odio... más allá de las ideas qué desangraban sus vidas... ¡eran hombres! Con un único color, el de la luz... ¡y un abrazo de luz les envolvió a los dos cauterizando todas sus heridas!

 La venganza había sido desterrada al piélago muerto del olvido. El niño había dejado de llorar al sentir el cálido contacto de unas manos qué le acariciaban y transmitían un mismo sentimiento de amor.

- De nuevo el nacimiento de un niño vuelve a traer la paz, el amor, el perdón, - murmuró D. Ramón mientras secaba las lágrimas que nacaraban sus rostro envejecido. Salió de la habitación dejándoles solos... ¡los dos sonreían al niño qué dormía...!