CON ALAS DE ÁNGEL

La mañana en la sierra de Madrid, se alimenta con el maná dorado del sol que envía sus rayos en una lluvia de oro. Después de varios días de nieblas, frío y llovizna, es como si un ángel con su aliento hubiese aventado los días opacos donde se perdían las horas y al hacerlo se ha roto el maleficio, el cielo azul aparece con toda su mágica belleza.

Son las 12 horas y decido salir al campo para recoger musgo, piñas, alguna rama de acebo… todo aquello que necesito para utilizar en Navidad.

La primera en apuntarse es Sigrid, como hace siempre que me ve poniéndome “las botas de siete leguas”, ella se pone las suyas y coge todo el pan que encuentra… ¡ desde muy pequeñita, jugábamos a ir dejando trocitos de pan en los troncos de los árboles para que comiesen las hadas, los duendes, o los animalitos que tuviesen hambre, incluso en días de generosidad, se lleva sus "chuches" y las reparte también.!

La sierra de Madrid está de una belleza hechizante, en los arbustos, las pequeñas gotas de rocío forman un arco iris de perlas de luz y los tonos amarillentos de las hojas de los helechos, de los fresnos, los álamos, tejen una alfombra policromada. Todo es un silencio de oro, menos el sonido del viento enredándose en las copas de los altivos pinos, en una mágica sinfonía y el murmullo de pequeños regatos de agua. Los primeros brotes de narcisos silvestres, están saliendo de la tierra asomando sus cabecitas...lo mismo ocurre con los brezos, los ranúnculos,... Desde siempre me ha gustado abrazarme al tronco de los árboles sentir en mí alma su aroma, su tacto rugoso, su alma de árbol… y hablar con ellos.

A Sigrid la encanta abrazarse a ellos también, y les pregunta, si tienen comida las hormigas que viven en su tronco, si están dormidas las mariposas en sus camitas, si no tienen frío los pajarillos en sus nidos, si las ardillas están bien… se pone a hablar con ellos y es un gozo la magia que crea, entre saludos y preguntas. ¡Dice que los árboles son los "Los Emm" del Señor de los Anillos ¡ los árboles hombres! y habla, y habla, con todos ellos, contándoles sus fantasías desde su mundo de pureza y luz.!

El tiempo se había deslizado por su tobogán de horas y era tarde. Y la digo que volvemos a casa para comer. Me mira y con su voz de ángel de caramelo, me dice…

-¡No, no he terminado, los árboles tienen derechos a que les digan cosas bonitas, y las flores, los animales y los niños, y tú no los respetas.!

-¿Yo? Digo asombrada por este alegato ecologista y la rotunda afirmación de los derechos que supuestamente estoy violando.

-Sí, tú, ¿no sabes los derechos de los niños? ¡Los he apendido en mi “cole” y me los sé todos.!

-¡Pues yo también los sé! el primero de ellos es obedecer, ya hemos cogido lo que hemos venido a buscar, y nos esperan para comer. ¡despídete de los Emm y vámonos yaaaaaaa.!

-Nines no me comprendes, me gritas y eso lo dices porque tú no te sabes mis derechos. Te los voy a decir, para que los aprendas. Dice mientras da enfadada una patada al suelo, y mirándome con sus ojos de cielo comienza a decir muy seria.

¡Tengo derecho a un abrazo,

y a jugar en libertad,

derecho a equivocarme,

y a volverlo a intentar.!

¡Tengo derecho a los mimos,

y a que me dejen hablar,

a preguntar el por qué

a cantar y a imaginar.!

¡Tengo derecho a llorar,

tengo derecho a reír,

derecho a tener derechos,

tengo derecho a vivir!

¡Tengo derecho a la infancia,

y tiempo para crecer,

derecho a tener amigos,

y derecho a aprender.!

¡Derecho a que me comprendan

y me hablen sin gritar,

derecho a buscar ejemplos

para poder imitar.!

Me he quedado asombrada, no sólo por el contenido de esos derechos, si no porque ella, tan pequeña los reivindicara, ¡yo no la comprendía y la había gritado…!  Es un pequeño ángel, un regalo del Buen Dios, un eco de luz… y con los ojos llenos de lágrimas, he abierto mis brazos, y  se ha refugiado en ellos abrazándome y llenándome de besos.

El instante se ha hecho mágico… he mirado al cielo azul…el sol flirteaba con las ramas desnudas de los árboles dibujando estrellas de luz, y he sentido que en mi alma la voz de mi pequeña Sigrid, ¡era la caricia de un ángel.!